Elena Barrena Osoro: mujer, profesional, referente
“No son necesarias grandes conmemoraciones para desplazarse por unos momentos de las ocupaciones habituales que nos envuelven día a día, que nos encaran en dirección hacia el mañana, y dedicarnos a reconocer la trayectoria pasada, la que también día a día ha ido configurando nuestro presente.
A nadie se le ocurriría pensar en sujetos, individuales o colectivos, desprovistos de dimensión espacial, carentes de marco socio-territorial que les contextualiza, que les vincula a una realidad y les otorga una de las señas esenciales de su identidad.
En teoría, también declaramos sin dudar que la dimensión temporal forma junto a la territorial el binomio de coordenadas que encuadran nuestra concreta realidad. Pero el quehacer cotidiano, cargado casi siempre de apresuramiento, nos impide muchas veces reconocer ese pasado que ha ido tallando nuestra personalidad actual y que, aún inconscientes de ello, se proyecta en nuestro presente. Por ello, el registro de los rasgos que conforman nuestra fisonomía, material e íntima, será uno de los hechos capitales que nos permita planificar con realismo el futuro”[1].
Estas palabras conforman los tres primeros párrafos de la introducción del libro titulado Hemen. Kutxa-Gipuzkoa, 1979-1995. En ellos, Elena Barrena Osoro expresa dos ideas que han inspirado el texto que comparto con el lector. En primer lugar, la invitación a salir de las obligaciones del día a día sin que para ello sean necesarias grandes conmemoraciones. En segundo lugar, la autora de esas palabras nos recuerda que el pasado se proyecta en nuestro presente “material” e “íntimo”, subrayando así la vinculación entre nuestro espacio, nuestro tiempo y nuestra identidad (individual y colectiva).
No cabe duda de que escribir el presente texto me ha permitido ausentarme, por un rato, de mis responsabilidades y tareas cotidianas. Sin embargo, y contradiciendo a la autora de Hemen, confieso que no lo hago sin un motivo importante, sin algo grande que conmemorar. Y no me refiero a que nuestra Fidelissima Bardulia Nunquam Superata vaya a cumplir 1000 años. El principal motivo que me ha llevado a escribir estas líneas es el reconocimiento a la persona que hizo comprensible el significado de aquella Iputza y renovó la mirada de la historiografía guipuzcoana en su tesis doctoral titulada Las transformaciones en la organización social de un territorio cantábrico durante la época medieval: la reforma histórica de Guipúzcoa, y publicada en 1989, hace treinta y cinco años; otra fecha “redonda”.
Con el pretexto de estas efemérides, David Zapirain se puso en contacto con distintos colegas, con personas cercanas a Elena y nos convenció -sin necesidad de insistir y con adhesiones, también, fidelissimas– de formar parte de un sencillo, pero sincero y sentido homenaje para reconocer a la autora del trabajo citado.
Mi pequeña participación en este más que merecido reconocimiento no va a ahondar en la labor investigadora de Elena Barrena ni en su notable contribución al conocimiento de nuestra historia; la historia vasca. Me consta que este aspecto quedará más que cubierto con las aportaciones de otros colegas mucho más capacitados para ello que yo y que también están embarcados en la misma aventura. Yo, para esta ocasión, voy a hacer un ejercicio de memoria. Presento, por tanto, un ejercicio personal, experiencial, testimonial y emotivo, inspirado por Mnemosyne y no por Clío. Se trata de un ejercicio individual, subjetivo, aunque todos sabemos que la memoria tiene también un carácter social, colectivo, compartido. En este ejercicio se entrelazan, inevitablemente, pasado y presente, un pasado que, como dice la propia Elena se proyecta en nuestro hoy “material e íntimo” y “ha ido tallando nuestra personalidad actual, nuestra identidad”. Esto es lo que voy a compartir en este texto: un relato, unos recuerdos, una memoria, mi memoria de y con Elena.
El primer capítulo de esta serie de piezas que quieren reconocer la labor y a la persona de Elena Barrena se ha centrado en un elemento nuclear de la identidad de la homenajeada: Elena-Maestra, con todo lo que ello significa y que David Zapirain ha sabido expresar con claridad, justicia y cariño. Esta faceta de Elena nos ha marcado a muchos, a muchas y confieso que a mí enormemente. Elena ha sido muy generosa con sus estudiantes. Nos enseñó a aprender, nos entrenó para preguntar, nos hizo dudar, cuestionarnos para poder analizar de manera crítica y con rigor la realidad que nos rodea, nos enseñó a pensar históricamente, nos dio herramientas para ello y lo hizo en unas clases intensas, tan duras como interesantes. La formación de los estudiantes ha estado en el centro de su quehacer como docente: ha sido algo que le ha preocupado y le ha ocupado. Elena ha dejado su impronta en la formación de muchos de nosotros y eso lo consiguen unos pocos. La maestra nos marcó, y en mi caso lo hizo tanto profesional como personalmente. Y esta idea, este sentimiento lejos de diluirse con el paso del tiempo, se me hace cada día más presente, más grande, más nuclear en mi forma de ser, en mi identidad. Elena ha sido toda una influencer.
Aunque la faceta de maestra ya ha sido resaltada por David, me resulta difícil empezar este ejercicio de memoria obviando un recuerdo, que tengo grabado profundamente, y que tuvo lugar en una clase de Historia de la Alta Edad Media Española. Lo recuerdo como si fuera ayer, aunque hayan pasado tres décadas. Yo tenía 18 años, era el curso 1994-95, primero de carrera. Además de las clases magistrales, Elena nos hacía preparar los temas del programa que teníamos que presentar, de forma oral y desde la tarima, una vez por semana. Todavía recuerdo la atmósfera de tensión y los nervios de todos los estudiantes cada vez que Elena revisaba la lista de clase y nombraba al agraciado o agraciada. Un día, claro, me nombró a mí, y me tocó exponer un tema que no me resultó nada fácil de entender ni de preparar. Se trataba de la afirmación monárquica en los territorios de la Marca Hispánica en la transición al feudalismo del libro de José María Mínguez titulado Las sociedades feudales 1. Mi juventud, mi inexperiencia, mis dificultades con el contenido del capítulo y de la asignatura, mis apuros con el idioma (hasta los 18 años estudié todo en euskera, pero la carrera la tuve que hacer en castellano y el primer curso me resultó complicado, también por este motivo) y la exigencia de la profesora me acompañaron en el camino que iba desde mi silla a la tarima; un camino que no era largo y que, sin embargo, se me hizo eterno. Lo recuerdo perfectamente, en cámara lenta. Subí a la tarima, me temblaban las rodillas y la voz. Empecé a presentar el tema, titubeante, al principio muy insegura y dubitativa. Elena me ayudó con varias preguntas, y me fui soltando, me fui concentrando y fui ganando seguridad. En un momento, Elena dio por finalizada mi presentación, me dio las gracias y me pidió que volviera a mi sitio. Y aquí la “anécdota”. Yo, con la osadía que confiere la ingenuidad, y cierta espontaneidad, que creo no me caracteriza, le respondí que no, que no había terminado, que me faltaban varias ideas por comentar. Todavía hoy no me reconozco en aquella acción. Mis compañeros y compañeras me miraron atónitos y Elena, lejos de llamarme la atención por semejante respuesta, reaccionó riéndose y, girándose hacia a mí, me dijo: “disculpa; por favor, continúa”. Y así lo hice. Continué.
Este episodio me marcó. Lo recuerdo como un primer punto de inflexión en mi etapa de estudiante. Gané confianza en mí misma, seguridad; dos características o cualidades que valoro mucho y que mi memoria las vincula con Elena-Maestra. Esta más que anécdota sirve a mi relato, me sirve a mí para situar en un lugar y en un momento concreto el inicio de la relación profesora-alumna, maestra-discípula; una relación que, por suerte para mí, no terminó ni 1994, ni en aquella tarima de una de las aulas de la zona del antiguo Paraninfo del campus donostiarra de la Universidad de Deusto. Para muestra otro hecho: veinte años después, Elena me acompañó como madrina en el acto de investidura de doctora que se celebró en el Paraninfo de la Universidad de Deusto, en el campus de Bilbao, en enero de 2014. Otro lugar y otro momento de la relación maestra-discípula que guardo en mi memoria. Veinte años entre Elena-profesora y Elena-madrina.
La redacción de este texto me ha hecho ver o tomar conciencia de que hoy, 2024, han pasado ya treinta años desde aquél “disculpa; por favor, continúa”. Confieso que he tenido que hacer las cuentas un par de veces porque me parecían muchos los años vividos. Ya se sabe, la memoria es recreación y se mueve en el plano de lo emotivo, incluso en el de la invención. Pero por mucho que este sea un ejercicio inspirado por Mnemosyne y no por Clío, hay hechos, hay datos que no puedo obviar. Y sí, han pasado treinta años desde aquel “continúa” y sí, hoy puedo decir que continué, y que, aunque en el recorrido de estos treinta años no haya estado acompañada solo por Elena, ella ha sido, sin duda, una constante y una referencia en un camino profesional lleno de idas y de venidas. Elena me dio el empujón inicial para echar a andar, me ha ayudado a levantarme en alguna caída, me ha tendido la mano para recorrer algún tramo más difícil y me la ha ido soltando cuando ha creído que yo podía sola, a pesar de mi resistencia.
Sobre esto último volveré más adelante, aunque es, al mismo tiempo, lo que me permite recordar y rescatar otra faceta de nuestra homenajeada, una, quizá, más desconocida para muchos, pero que, a mi entender, conforma igualmente su identidad. Me refiero a su labor y a su dedicación a la Universidad de Deusto en distintos cargos de responsabilidad y de gestión. Sin ánimo de exhaustividad (porque no es el objetivo y porque seguro que me olvido de algo), Elena Barrena ha sido directora del departamento de Historia de Euskal Herria de la Facultad de Filosofía y Letras del campus de Donostia entre 1994 y 1997, ha sido decana de la misma facultad entre 1997 y el año 2000, y decana de la nueva Facultad de Humanidades entre el 2000 y el 2003. En el año 2005 fue nombrada vicesecretaria para el campus de Donostia y ejerció esta responsabilidad hasta el año 2015 en el que fue nombrada adjunta al secretario general de la universidad; labor que desempeñó hasta su jubilación en 2018. Esta simple enumeración de los distintos cargos y responsabilidades asumidas ya nos proporciona una idea del compromiso de Elena Barrena con la Universidad de Deusto y de su dedicación a esta institución.
A esto voy a dedicar las siguientes líneas destacando dos ideas que a priori no tienen por qué ir unidas, pero que en Elena confluyen o forman parte de un todo, inevitablemente. Me refiero a dos elementos que, en mi opinión, siguen teniendo plena vigencia: por una parte, está el hecho de ser mujer y, por otra parte, la forma de estar en la Universidad y de entender la Universidad.
Empiezo por el primero de los elementos seleccionados y no lo hago porque este texto se vaya a publicar en el mes de marzo. En el curso 1965-1966, cuando la nueva universidad donostiarra se trasladó a su actual ubicación en Mundaiz, trabajaban en ella tres profesoras, mientras que eran casi setenta los profesores que ejercían la labor docente en aquel curso. La incorporación de las mujeres a los cargos de dirección en el campus donostiarra fue un proceso lento. La primera decana del campus fue Rosa María Ayerbe, nombrada decana de la Facultad de Filosofía y Letras en 1988. Le siguieron en el cargo Asunción Urzainki, decana de la misma facultad entre 1991 y 1997, y la propia Elena Barrena desde 1997 hasta el 2003. Fueron las primeras mujeres decanas en el campus, junto a Carmen Navarrete, nombrada directora de la biblioteca en 1995, y Rosa Cristóbal responsable de la administración del campus desde 2003. Estos números han conocido un vuelco en las últimas décadas y hoy día no hay espacios docentes, de investigación o de gestión en el que no estemos presentes las mujeres. En referencia a esta cuestión y, en concreto, a la progresiva incorporación de las mujeres a cargos de gestión en la Universidad, el profesor Juan Manuel Díaz de Guereñu afirmó en 2006, todavía en un contexto de inferioridad numérica, que “estos porcentajes pueden cambiar y van a ir cambiando, porque ningún prejuicio en contra se sostiene y menos que ninguno el de la eficacia”[2].
Fueron las primeras, las que abrieron camino, las que normalizaron un hecho tan natural como extraordinario, por inusual. Creo que las siguientes generaciones no hemos sabido reconocerles suficientemente o, al menos, no lo hemos hecho públicamente. Pienso que sus experiencias son todavía hoy desconocidas, quizás, porque ni ellas mismas las han relatado o se han relatado desde esta mirada. Es otra tarea pendiente, la de recoger los testimonios y las experiencias de estas mujeres en la Universidad, poniendo el foco en su condición de mujeres. Estoy convencida de que, de esta manera, podremos conocer otra historia de la Universidad de Deusto. El llamamiento está hecho. ¡A ver quién se anima!
El segundo de los elementos que he querido destacar y que también considero de actualidad es el relativo a la forma de estar en la Universidad y la de entender la institución. Elena representa a la perfección al conjunto de personas que conciben los cargos desde el compromiso, la responsabilidad y la vocación de servicio. Tres conceptos que tienen sus antónimos y que yo emparejo de la siguiente manera: compromiso versus oportunismo, responsabilidad versus frivolidad/superficialidad y vocación de servicio versus avidez de medrar e individualismo.
Elena asumió y ejerció el cargo de decana de la Facultad de Filosofía y Letras a finales de los años noventa, en una coyuntura de lento, pero claro declive de los títulos de “letras”. Además, el gobierno de la Universidad, consciente de que en un ámbito geográfico tan pequeño como el de la Comunidad Autónoma Vasca resultaba insostenible una oferta de títulos duplicada por territorios, sugirió la necesidad de una nueva redistribución de los mismos. A Elena le tocó gestionar la desaparición de Filología Vasca del campus donostiarra en 2001 y tuvo que ver una carrera de Historia progresivamente mermada en número de estudiantes (dejó de impartirse en 2005). Ser decana de una facultad en esta coyuntura no fue ningún regalo y únicamente el compromiso, la responsabilidad y la vocación de servicio, además de, seguramente, el anhelo de supervivencia, explican la asunción del encargo. Elena se echó a sus espaldas la carga de re-inventar la facultad. La Facultad de Humanidades fue creada en 1999, siendo ella decana y Dionisio Aranzadi vicerrector del campus. Los estudios en Humanidades: Empresa (1997-98) y Humanidades: Comunicación (1999-2000) fueron la apuesta de la nueva Facultad. Con esto no quiero transmitir la idea de que a Elena le tocara el peor momento; todas las épocas, pasadas y presentes, tienen lo suyo. Tampoco quiero decir que lo hiciera sola. Pero ser decana de esta facultad en aquel momento no debió resultar sencillo. El reto era enorme. Se trataba de reflotar un barco que se estaba hundiendo y que estaba lleno de personas. Y eso no se entiende si no es desde el compromiso, la responsabilidad, el servicio y la dedicación.
Desde 2005 a 2015 Elena fue vicesecretaria general del campus de Donostia. Reorientó radicalmente su labor universitaria para ocuparse de dirigir, supervisar y mejorar todos los procesos relacionados con la gestión de los expedientes de los estudiantes, los títulos, los planes de estudio o las normativas académicas. Una labor tan fundamental como invisible en una universidad. Dedicó a esta tarea una década de su vida profesional. Trabajó con dos secretarios generales, Begoña Arrieta y Álvaro de la Rica. Le tocó gestionar todos los cambios de los planes de estudios derivados de la reforma Bolonia; impulsó el trabajo conjunto y colaborativo con la secretaría general del campus de Bilbao, algo novedoso, ahora diríamos innovador, así como la relación con todas las facultades; elaboró las nuevas normas académicas de los estudios de grado, posgrado y doctorado de la Universidad, y tantas cosas más. Todo ello con mucho trabajo, intensa dedicación, rigor, compromiso, responsabilidad y servicio silencioso, siempre lejos de “la foto”.
Yo he tenido la suerte de compartir con Elena parte de esta etapa. Retomo aquí eso que he dicho que dejaba para “más adelante”. En el curso 2014-2015, me volvió a tender la mano. Elena es una persona reflexiva, que planifica, de las que no deja nada para mañana, y ya por aquél entonces pensaba en su jubilación. Y aquí, de nuevo, compromiso, responsabilidad y servicio. Elena no pensó en su jubilación en clave exclusivamente personal e individual, que, por otra parte, ¡bien podía haberlo hecho porque merecido lo tenía! Hasta en el momento de la jubilación prevaleció lo colectivo y lo institucional, y la pensó y planificó en clave de relevo. Tenía que enseñar a alguien la labor a la que se había dedicado en la última década. Y pensó en mí. En el curso 2014-2015 fui su adjunta y un año más tarde fui nombrada vicesecretaria del campus de Donostia, mientras Elena fue nombrada adjunta al secretario general. Desde esta fecha y hasta su jubilación en 2018, ambas compartimos despacho en la oficina de secretaría general del campus donostiarra. Fueron cuatro años muy intensos de formación en un área totalmente desconocida para mí. En la última etapa laboral de Elena, volvía a asomar la Elena-Maestra, que, en realidad, nunca ha desaparecido. Volví a aprender mucho de ella, con ella, día a día, en un despacho que rediseñó para trabajar de igual a igual; lo bautizó como “el tú y yo”. Sin que se notara, Elena controló los tiempos y las responsabilidades del “tándem”; marcando el ritmo del pedaleo ella en un principio, y dejándome marcarlo a mí, posteriormente, sin casi darme cuenta. Una maestra. Formamos un buen equipo, más allá de nuestras naturales diferencias.
Elena se jubiló en mayo de 2018. En julio del mismo año fui nombrada secretaria general de la Universidad de Deusto. Este hecho resulta imposible de comprender sin Elena. Una vez más, ella creyó más en mí que yo misma. Una vez más me empujó, me animó, me enfrentó a un espejo en el que me hizo ver lo que yo no veía. Y lo volvió a hacer desde el compromiso y la responsabilidad; eso sí, dejándome la libertad de la decisión. Como se dice ahora, Elena me ha empoderado en más de una ocasión en mi vida profesional. Y le estoy muy agradecida, también, por ello. He intentado desempeñar esta labor guiada por los principios que ella me ha transmitido siempre con su ejemplo. Espero no haberla decepcionado.
Estoy casi segura de que Elena no ha podido escapar de algo que se repite cuando cerramos una etapa. Me refiero a hacer balance, a mirar atrás, a repasar la trayectoria profesional y a enumerar todas las renuncias que se han tenido que hacer para, en este caso, dedicarse en cuerpo y alma a la universidad. Yo no puedo responder por ella. Se trata de una valoración absolutamente personal e íntima. Pero sí puedo decir(le) que, para algunas, ha merecido la pena. Con nuestras contradicciones, limitaciones y miserias diarias, algunos, algunas seguimos creyendo en esa manera de estar en la Universidad y de entenderla. Lo intentamos cada día y en cada intento, te haces presente, Elena.
Responsabilidad, compromiso, servicio, dedicación, rigor, fuerza, valentía, principios, honestidad, respeto, profesionalidad y generosidad son las palabras que más me resuenan para describir a la eibarresa a la que queremos reconocer hoy con este sencillo homenaje en forma de distintos capítulos. Este ha sido el mío. Elena Barrena Osoro: eskerrik asko bihotzez! Y, tomando prestado el lema de Emakunde para este 8 de marzo, Zu(e)taz harro!
Eider Landaberea Abad
Donostia, 2024ko martxoak 11.
[1] BARRENA OSORO, Elena: Hemen: Kutxa-Gipuzkoa, 1879-1995. Donostia: Kutxa Fundazioa, 1995, p. 25.
[2] DÍAZ DE GUEREÑU, Juan Manuel: Campus de Mundaiz: 50 años de universidad en San Sebastián. Donostia: Kutxa Fundazioa, 2006, p. 167.