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La Dama de la Tierra, 1025–2025 : 35 años…

La historia no acontece en el vacío. Los relatos con los que recreamos épocas y vidas pretéritas siempre las ubicamos en espacios y en tiempos, próximos o distantes. Lugares y fechas nos facilitan historiar tramas sobre dónde y cuándo articularon y construyeron su vida las personas que en el tiempo nos han precedido y a las que con el tiempo hemos sucedido. Pero, aunque parezca que el tiempo actual y el del pasado nos anudan con quienes nos precedieron por mera sucesión cronológica, ese enlace no es fácil de encontrar, trazar y conectar. Sintonizar tiempos del pretérito con los del presente o viceversa es un empeño complejo. Habitualmente pensamos que procedemos de esos pasados, pero ¿somos el futuro que imaginaron o ensoñaron las gentes de aquellos pasados?

Una forma de responder a la pregunta anterior es recurrir al espacio. Si, por ejemplo, habitamos en un territorio que sabemos reconocer en el pasado no dudamos en entablar una sencilla conexión: estamos en el mismo lugar, pero en una época distinta, en unos años posteriores. Sin embargo, ese enlace obedece a una lectura incompleta de ese territorio pues, al vincular nuestro espacio presente con el espacio añejo, preterimos cómo fueron esos lugares y cómo los usaron quienes vivieron en ellos y de ellos, y cómo y porqué han llegado hasta hoy. Ocurre que en muchas ocasiones contemplemos el espacio como un mero contenedor, cuando, si lo observamos con atención, podemos leer y descifrar el tiempo en ese espacio. Y así encontrar porqué nos percibimos como paisanos de un paisaje construido por el paisanaje del que nos sentimos sucesores. 

Los párrafos precedentes y el título de este texto puede que desconcierte a sus lectores. ¿Complejidades sobre las relaciones entre tiempo, espacio e historia? ¿Treinta y cinco años de historia en un lapso enmarcado por 1025 y 2025? Visto el contexto que comparte estas líneas seguramente se habrá deducido por donde nos llevarán estas letras.

Porque tratamos sobre la labor de una investigadora que supo historiar cómo los inquilinos de una tierra crearon un territorio y tejieron su historia. Hace treinta y cinco años, Elena Barrena Osoro alumbró un trabajo de ardua investigación en el que desveló como se formó y organizó un espacio cantábrico y cómo lo vivieron quienes lo poblaban y lo usaban. Pero, paradojas del tiempo, pudiera parecer que esos treinta y cinco años han restado actualidad a ese trabajo. No es así. En este tiempo de modernidad acelerada y ahistórica esa investigación continúa enseñando un oficio: cómo historiar. De este asunto tratan estas páginas. Como La formación histórica de Guipúzcoa: transformaciones en la organización social de un territorio cantábrico durante la época altomedieval es un taller del oficio de historiar.

Historiar

Al escribir historia seguimos siempre y predominantemente un orden temporal. Parece que es lo lógico. Buscamos en el tiempo presente el pasado del que consideramos que formamos parte y componemos relatos mediante una sucesión de acontecimientos debidamente datados e hilvanados para no perdernos en el recorrido y entender lo que encontramos o descubrimos en el trayecto. Pero debemos percatarnos de que la cronología no dirige a la historia; es la historia la que rige la cronología. Dicho de otro modo, los historiadores usan el tiempo histórico y no el reloj.

En lo que a los tiempos del medievo se refiere, el desplazamiento que hay que realizar hasta alcanzarlos es largo; hay que superar mil años o más de distancia y encarar modos distintos de concebir y ordenar el tiempo. En cambio, en el espacio el periplo para llegar a aquella época es mucho más corto. El espacio físico, la pura geografía, es alcanzable casi instantáneamente. Podemos emplazarnos y deambular por el mismo entorno de antiguos sucesos de otros tiempos. Unos sucesos que, inadvertidamente, forman parte del paisaje que hoy podemos contemplar. Esta constatación espacial parece que contrae la distancia temporal, pero podemos percibir al instante, con la debida instrucción, las huellas del tiempo; los vestigios de quienes labraron ese espacio como un territorio socialmente concebido y nombrado.

Sin embargo, hay historias cuyos relatos están desprovistos de espacialidad. Su narración ubica su historia en un escenario geográfico escasamente evocado y que, incluso, se da por supuesto que ya estaba ahí y que permanece ahí. Este proceder es entendible cuando la distancia espacial y la temporal no mantienen grandes distancias entre sí, sobre todo cuando afrontamos la temporalidad de sociedades cuyas estructuras sociales tienen asumidas y vertebradas un régimen territorial y temporal socialmente homogéneos. Pero cuando remontamos el tiempo para acercarnos al medievo, nos situamos en un momento en que el espacio era percibido, concebido y vivido de maneras diferentes a las actuales. Las maneras de habitarlo, de sentirlo, de concebirlo, de organizarlo, de utilizarlo para obtener recursos, de nombrarlo y de atravesarlo respondían a cómo convivieron los moradores que lo poblaban con los medios de los que disponían en aquellas lejanas centurias. Y esos lugares que hoy nos resultan cercanos y accesibles físicamente contienen indicios de cómo el paso del tiempo los ha moldeado. De cómo aquellas gentes formaron un territorio con un sentido social sobre el mismo que nos ha llegado hasta hoy. Esos lugares no conformaban el atrezo de un escenario generado espontáneamente. Eran el resultado de una forma de convivir. 

Una historia percibida espacialmente es mucho más completa, más compleja y, como no, multidimensional. Esta es la primera impresión que alcanzamos cuando nos adentramos en las páginas de ese singular taller que creó Elena Barrena. Porque nos hace visible cómo se vivió, usó y concibió un territorio cantábrico hace mil años. De hecho, quienes visitaban este espacio con ánimo de historiar su medievo antes de que Elena Barrena se adentrara en él, solían preguntarse si realmente había alguien en esta área del cantábrico; parecía vacío. Buscaban cómo encajar las tierras de lo que hoy es el territorio Gipuzkoa en el contexto de aquella época sin preguntarse cuál era el protagonismo de ese espacio en la historia de sus pobladores. Este proceder implica que aquellos buscadores proyectaban en el espacio del pasado medieval una representación cartográfica extemporánea, pues se daba por hecho la existencia de ese escenario. Si se obra así, parece que el espacio, el territorio, es intemporal; es una imagen actual trasvasada a una época anterior. La manera de dotar de tiempo histórico a esa imagen mental del medievo era rellenando la escena colocando reyes, tenentes, señores y demás formas de dominio señorial como identificadore principales del territorio. Todo un abigarrado conjunto de los insignes varones que había regido ese espacio.

 Pero Elena Barrena encontró otra realidad. Existieron esos señores, sí, pero resulta que la tierra que comenzaba a erigirse como Gipuzkoa estaba vinculada a unas Damas: Galga y Blasquita de Gipuzkoa. El dominio de la tierra gipuzkoana era asunto de mujeres, de unas Damas enraizadas en su tierra mediante lazos de parentesco con sus allegados y vecindarios. Y se trataba de una tierra que estaba en formación porque su concepción y su uso territorial estaba por cartografiar. El vacío se deshacía porque Elena Barrena consiguió cartografía aquel espacio, traerlo al presente con sus auténticas protagonistas. En estos hallazgos había una historia por encontrar y contar.

El taller

Las herramientas de las que dispuso Elena Barrena para narrar la historia que había localizado eran exiguas. Solamente disponía de ochenta y un documentos. Escrituras datadas en los siglos XI y XII en las que constaba información sobre unos pobladores y unas tierras de lo que comenzaba a concebirse y vivirse como Gipuzkoa. Ahora bien, la historia no se encuentra solo en documentos. Se encuentra en la información que podemos obtener de esos documentos. ¿Cómo? Interrogándolos adecuadamente, históricamente.

            Aquellos documentos no fueron redactados para contar o contarnos una historia. En esos documentos se escrituraba asuntos relacionados de la vida cotidiana de aquellos tiempos, de aquel espacio y de sus gentes. Son producto de una incipiente constatación de cómo unas jerarquías parentales encabezabas por mujeres estaban enlazando y vinculándose con unas jerarquías feudales conducidas por hombres. Toda una revelación. En aquel tiempo, la escritura servía, entre otros usos, para plasmar, constatar y cursar vínculos entre personas y sus tierras. La lectura de Elena Barrena de esas fuentes desvelaba una realidad sobre la que el conocimiento histórico no había caído en la cuenta, e incidía en que un fenómeno histórico no se puede explicar plenamente fuera del momento de su tiempo histórico. Incidir en esta cuestión no era baladí.

Adentrarse en esa realidad mediante ese reducido conjunto de escrituras suponía un enorme reto. ¿Cómo afrontarlo? Por un lado, descomponiendo la información de esas exiguas escrituras y descifrando e interpretando qué realidad contienen y reflejan, sobre la base de un riguroso conocimiento histórico del mundo medieval. Y, por otro lado, levantando la vista de esas letras medievales y encontrar su encaje en el espacio en el que se ubican y al que hacen referencia. Todo un arduo propósito: leer esas letras y leer el espacio actual para encontrar su historia, para leer el tiempo según el orden temporal vigente en la Europa medieval y deducir qué tipo de formación social habitaba lo que sería Gipuzkoa y sus moradores. La escasez documental se revelaba un problema menor al contar con un poderoso recurso visual: el paisaje gipuzkoano contenía muchos «documentos» por descifrar. Por eso el paisaje, en esta investigación, actúa como un interfaz que conecta las escrituras con la manera en el que espacio se transformó y formó en territorio.

La mesa de trabajo de Elena Barrena contó con varios útiles para encarar esa labor. La lingüística, la antropología y la geografía fueron sus principales herramientas para articular las preguntas que permitieran hablar a esos documentos y a los lugares del territorio y, mediante este complejo proceder, obtener el argumentario de la historia de Galga y Blasquita y sus coetáneos. En este taller, una historia que parecía escaparse en el vacío fue recogida, estructurada y relatada. Elena Barrena «conversó» con aquellas Damas y obtuvo sus respuestas.

El taller encuadernado que construyó Elena Barrena contiene un elaborado proceso de conocimiento. Está compuesto por la identificación, selección y crítica de fuentes, por el uso interdisciplinar de métodos adecuados de investigación, por la interpretación de la información debidamente contextualizada y por la construcción de una narrativa coherente. Ciencia, creatividad y pericia se conjugan con el rigor metodológico para componer un relato que alumbra de qué forma unos habitantes de un espacio cantábrico constituyeron un territorio. El caso es que, pese a las transformaciones territoriales y sociales provocadas por el transcurso del tiempo, ese espacio hoy aún perdura. Pero sin la obra de este taller, aún pensaríamos que surgió del vacío.

Este taller nos enseña cómo combinar un conjunto de disciplinas con la finalidad de leer, pensar y escribir para hacer partícipes a los lectores en el descubrimiento de dónde está en el presente el pasado. En el caso de la investigación que nos ocupa, el diálogo con la lingüística, la antropología y la geografía pueden continuar proporcionándonos preguntas para perseverar en el camino que abrió Elena Barrena. Para adentrarse en ese camino se esperaba la incorporación y la contribución de la arqueología para afinar las pesquisas y averiguar más sobre la organización social que protagonizaron Galga y Blasquita. Y está contribución ya ha comenzado a germinar.

La lectura detenida de este libro es una útil enseñanza de cómo recomponer una historia. Porque además abre el camino a continuar indagando. No sólo sobre la formación de espacios sociales y territoriales, sino que también sobre cómo una articulación interdisciplinar de la investigación histórica produce un conocimiento histórico honestamente riguroso para encarar la articulación entre presente y pasado. «Hacer historia» también implica captar la profundidad temporal de los procesos que configuran la subjetividad sobre los que instituimos nuestros presentes.

Este taller puede, además, ayudarnos en la reflexión que ocupa hoy a la historia y sus practicantes. Recientemente, asistimos a un momento de crisis. Eso de que los historiadores podían traer al presente el pasado ha generado sus dudas. Permitan las lectoras y los lectores una breve digresión. Cuando parecía que comprender el pasado permitía conocer el presente, este propósito derivó en dudas epistemológicas y metodológicas. La tríada pasado, presente y futuro constituye, desde el siglo XVIII europeo, la forma de afrontar el tiempo social por parte de los historiadores; es el tiempo histórico. Esta concepción parte de la idea de que el tiempo social es un flujo de sucesos que cambia y mejora las sociedades de manera progresiva y próspera, donde el pasado proporciona las lecciones para prosperar y el futuro suministra las promesas de mejora continua. Sin embargo, en la era contemporánea, esta estructura temporal ha colapsado (Assmann, 2020). En un mundo donde el presente lo domina todo, la historia tejedora de presentes con el pasado se convierte en una serie de episodios desconectados, más orientados hacia el entretenimiento o la conmemoración que hacia la comprensión profunda del pasado y su relación con el presente y el futuro (Hartog, 2020). Sin embargo, esta crisis ha permitido repensar la temporalidad histórica. Fundamentalmente, cómo afrontar el conocimiento de las mujeres y los hombres en el tiempo. El propósito ha partido de una profunda reflexión sobre el tiempo histórico. Tratamos de entender qué ordenes temporales nos han procedido y cómo podemos equilibrar analítica y metodológicamente la relación de un conjunto de procesos sociales conectados y engastados con diferente duración, estabilidad y transformación, tanto en el presente como cuando proyectamos el futuro o cuando tratamos de reconstruir el pasado. A fin de cuentas, las diferentes formas creadas para conceptuar el tiempo social forman parte de cómo mujeres y hombres concebimos los tiempos que usamos para tejer relaciones y articular el hoy, el ayer y el mañana (Hartog, 2003). No sujetamos el pasado en un hilo que lo mueve hacia el presente y que sirve para tender posibles líneas futuras. El tiempo histórico se ha revelado como un entramado de múltiples procesos protagonizados y medidos de muy variadas formas y con distintas maneras de duración y cambio (Valencia, 2007).

Al inicio de estas líneas preguntábamos si hoy somos el resultado de los futuros que imaginaron o ensoñaron quienes nos precedieron. Ciertamente, el pasado está preñado de futuros incumplidos o imprevistos. Pero existen experiencias sociales elaboradas en el pasado que aún perduran, que su tiempo no ha pasado, que continúan en construcción. La idea de Gipuzkoa surgió de una forma de articular tiempo y espacio que aún usamos. Este cronotopo permanece con vitalidad en nuestro presente. Que tenga una existencia de mil años nos muestra que el pasado no queda tan lejos. Cuando pensamos sobre el tiempo pasado no conviene hacerlo considerándolo un espejo para el presente o un baúl de nostalgias para revivirlas. Deberíamos pensar los tiempos históricos de manera crítica para captar lo que diferencia y lo que perdura en la compleja articulación del presente, del futuro y del pasado. La aceleración mencionada líneas arriba como una característica de la contemporaneidad supone una experiencia de la temporalidad sin expectativas, pues se inspira en una duración permanente del presente. Las reflexiones sobre el tiempo histórico desde el campo de la historia nos han mostrado que no se trata de un fenómeno espontáneo. Obedece a que las experiencias temporales que vivimos las vertebramos y estructuramos en los procesos sociales vigentes apegándolas a un tiempo lineal y homogéneo (Osborne, 1995).

 La reacción ante esta situación ha sido revisar la plausibilidad de los relatos exclusivamente lineales y basado en causalidades simples. Los fenómenos históricos se producen por la experiencia vital de un conjunto de procesos sociales, económicos, políticos y culturales que interactúan en un contexto temporal específico, generando una realidad temporal compleja y dinámica con duraciones y transformaciones distintas a una mera secuencia concatenada de pasado, presente y futuro (Edelstein, 2020). La manera en que Elena Barrena articuló su investigación conjugando los distintos tiempos históricos del medievo le permitió observar y deducir procesos largos y su interacción con eventos coyunturales. Y descubrir cómo se formó en el tiempo un territorio para transformase en «Tierra» y después ayer y hoy en «Provincia».

Estas consideraciones temporales han llevado también a cuestionar cuál es el sentido de «rebanar» la historia en unas periodizaciones sobre el pasado que aún mantenemos por pura convención. De hecho, comenzamos a percibir que en Europa existió una larga Edad Media que entroncó con la Edad Contemporánea (Le Goff, 2014). Comenzamos a advertir que la permanencia y la permutación de los diferentes procesos sociales, políticos, económicos y culturales que articularon el tiempo histórico fueron modelando realidades sociales alterando, cambiando o persistiendo las distintas estructuras que vertebraban el espacio social europeo. Esos cambios no se ajustan a las divisiones cronológicas tradicionales porque son procesos que registran distintas duraciones, diferentes sincronizaciones o desincronizaciones y múltiples efectos presentidos o imprevistos. La investigación elaborada por Elena Barrena es un buen aprendizaje de cómo podemos sintonizar con una temporalidad y una espacialidad que son no exclusivamente ecos del pasado, sino la constatación de varios futuros y del presente. Un ejemplo resultado de investigación realizada con oficio.

El oficio

El oficio de historiar es un trabajo artesano. Es un trabajo, según Richard Sennet, basado en el deseo y en el compromiso de hacer cosas concretas bien hechas. Hacer bien las cosas, exige destreza. Es un saber hacer artesanal que «tiene como fundamentos tres habilidades básicas: la de localizar, la de indagar y la de desvelar. La primera implica dar concreción a una materia; la segunda, reflexionar sobre sus cualidades; la tercera, ampliar su significado». (Sennet, p. 180) Precisamente el oficio de investigar historia consiste en lograr dominar una actividad para pensar, averiguar e interpretar. Si este oficio es aplicado rigurosamente a la escritura de la historia permite distinguir entre obras de calidad y de obras efímeras. Una de las acepciones de la palabra «obra» sirve para denominar productos intelectuales de singular relevancia. La manera de ejercer su oficio Elena Barrena localizando, indagando y desvelando está expresada en cada página de su investigación. Su lectura es un aprendizaje condensado de cómo investigar y pensar históricamente, puesto a disposición de todos; sin duda perdurará. Sobre todo, por una cuestión que Richard Sennet destacó en la labor artesanal y que debería tener presente quienes se adentren a ejercitar este oficio:

La capacidad para desvelar un problema se inspira en saltos intuitivos, específicamente en su posibilidad de acercar dominios disímiles unos a otros y de preservar el conocimiento tácito en el salto entre ellos. El simple hecho de pasar de un dominio de actividad a otro estimula una nueva manera de pensar los problemas. El «desvelar» va íntimamente unido al «abrirse a», en el sentido de estar dispuesto a hacer las cosas de otra manera, a pasar de una esfera de hábitos a otra. Tan elemental es esta habilidad, que muchas veces su importancia pasa inadvertida. (p. 181)

Escribir historia es hoy en día una disciplina multifacética que trasciende la simple recolección de datos o la narración cronológica de eventos. Implica una profunda reflexión crítica sobre los métodos, fuentes y enfoques utilizados para interpretar los tiempos históricos. Por eso la historia no es una mera recopilación y reconstrucción de hechos, un diario de sucesos. La historia es un análisis profundo de los procesos de construcción social, donde el tiempo histórico es comprendido como un flujo de múltiples temporalidades en constante reinterpretación. La forma y manera de articular pasado, presente y futuro es un proceso que hay que renovar constantemente, incluso para descubrir para qué y cómo usamos el tiempo social históricamente y para averiguar qué modelos de temporalidades podemos implementar. Hubo un tiempo no lejano en qué se pensó que el presente, el pasado y el futuro dirigían la historia. Hoy nos atrevemos a pensar que somo nosotros quienes creamos el tiempo histórico y creemos que la historia, mediante una renovación interdisciplinar, debe impulsar una perspectiva histórica crítica que permita ver las conexiones entre los distintos tiempos históricos. (Hartog, 2013) Asimismo, no debemos soslayar el desarrollo de un pensamiento histórico como herramienta de investigación para profundizar en sus fundamentos y efectos epistemológicos, propedéuticos y deontológicos. (Paul, 2016)

La labor desempeñada por Elena Barrena contiene las características de una historiografía empeñada en encontrar cómo analizar el tiempo histórico, su temporalidad y su espacialidad. Es un proceder, como hemos visto, interdisciplinar que facultad para abordar problemas históricos desde múltiples perspectivas, cuestionando las narrativas anecdóticas, lineales o monolíticas y prestando especial atención a la diversidad de voces, particularmente a las de aquellos grupos sociales históricamente marginados, y detectando y descubriendo qué procesos de estructuración social protagonizaron el devenir del tiempo histórico y quienes lo hicieron. Este obrar implica una importante responsabilidad a la hora de tejer, con vestigios de tiempos pretéritos y presentes, relatos verosímiles con una flexibilidad metodológica y narrativa notables para abarcar la complejidad y pluralidad de los tiempos sociales históricos. De hecho, Galga y Blasquita continuarían en el vacío si no se hubiera descubierto cómo «conversar» con ellas. Su historia tiene mucha relevancia para una adecuada y correcta interpretación de aquél pasado y de este presente. No hay duda de que Cristina de Pizán estaría orgullosa al contemplar cómo su proyecto de la Ciudad de la Damas «levantada y edificada para todas las mujeres de mérito, las de ayer, hoy y mañana» (Pizán, 1405, p. 272) continúa edificándose en este tiempo.

Coda

Quien suscribe estas líneas emprendió los caminos de la investigación histórica guiado por Elena Barrena. En esta publicación ya se ha expresado con justedad qué supone aprender con Elena Barrena. En mi caso, ese caminar conllevo compartir su taller y apreciar el valor de un oficio en el día a día, en su aplicación concreta y desprendida. No creo que las palabras aquí escritas transmitan suficientemente mi gratitud por el aprendizaje recibido sobre la artesanía de la historia. Cada vez que releo los trabajos de Elena Barrena retorno no al pasado, sino que renuevo la condición de aprendiz. Porque revivo un aprendizaje transmitido más allá de una mera tarea académica. ¿Cómo desempeña su oficio Elena Barrena?

Más allá de sus logros intelectuales o de producción académica, ejerce su oficio con una generosidad intelectual y de espíritu encomiables. Porque lo profesa para enseñar, para despertar el interés por el aprendizaje riguroso, crítico y bien elaborado. Una cualidad que le faculta como una formidable enseñante. El ejercicio de este oficio, en el entorno profesional en el que hoy se despliega, implica que muchas veces se pone la competencia o la acumulación de méritos personales en primer plano. Ella me transmitió que lo importante en este desempeño es compartir el conocimiento sin reservas, orientar a quienes vienen por detrás, celebrar los éxitos de los aprendices como propios y de acompañar sus fracasos con palabras de aliento. Siempre transfiriendo que debemos descubrir por nuestros medios cómo aprender y razonar sin depender de ninguna autoridad. El pensamiento histórico, busca, investiga, no acata.

Observar el ejercicio de semejante compromiso inquebrantable con el valor de la educación bien hecha y con la dedicación a la investigación rigurosa supuso para quien redacta este texto recibir mucho más que saberes explicados. Supuso conocer cómo ejercitar la pasión por el aprendizaje, el respeto por la diversidad de pensamiento y, asimismo, desarrollar un sentido básico para el ejercicio del pensamiento histórico: la búsqueda constante, el estudio permanente. En definitiva, es lo que Elena Barrena hace y transmite magistralmente: crear espacios donde cada persona se sienta parte de una conversación mucho más amplia, donde la historia se emplee como una herramienta de emancipación personal y colectiva.

Bibliografía

Assmann, Aleida (2020), Is Time Out of Joint?: On the Rise and Fall of the Modern Time Regime, Ithaca: Cornell University Press.

Edelstein, Dan; Geroulanos, Stefanos y Natasha Wheatley, Natasha (2020) Power and Time: Temporalities in Conflict and the Making of History. Chicago: University of Chicago Press, 2020.

Hartog, François (2003), Régimes d’historicité. Présentisme et expériences du temps. Paris: Éditions du Seuil.

Hartog, François (2013), Croire en l’Histoire. Paris: Flammarion.

Hartog, François (2020), Chronos. L’Occident aux prises avec le Temps. Paris: Gallimard.

Paul, Herman,(2016), La llamada del pasado. Claves de la teoría de la Historia, Zaragoza: Institución Fernando el Católico.

Le Goff, Jacques (2014), Faut-il vraiment découper l’histoire en tranches ?  Paris: Éditions du Seuil.

Osborne, Peter (1995), The Politics of Time: Modernity and Avant-Garde. London: Verso

Pizán, Cristina (2000 – 1405), La ciudad de las Damas. Madrid: Ediciones Siruela.

Valencia García, Guadalupe (2007), Entre cronos y Kairós. Las formas del tiempo sociohistórico. Barcelona: Anthropos